lunes, 29 de diciembre de 2008

She has lunch at the library.


Se acercaba a la estantería y abría un libro. Se escuchaban, entonces y en medio del silencio, cuchicheos y pasitos de pies pequeños y descalzos. Era admirable ver cómo devoraba los libros, y ya dentro de su cabeza se convertían en una sustancia negra de alta composición en palabras y emociones, otro capítulo para su cerebro.

Había viajado hasta donde habitan los monstruos, se había echado de casa cuando cayó té sobre alguna historia, había robado muchos libros, cazado tormentas y conocido al Mago de Oz. Y, como Michael Longley, si supiese de dónde vienen los poemas, allí iría.

El resplandor de la luna penetró la vidriera de la ventana, reflejándose en sus ojos, y los llenó de colores. Seguía despierta y masticaba otro cuento.

domingo, 28 de diciembre de 2008

Casi que no me atrevo a escribirlo.


¿A qué sabe el último beso? Mal. Esto pasaba diez segundos después, mientras abría la puerta, y subía las escaleras del portal. Mal, muy mal.

- ¿Carla, quieres algo de cenar? - oyó nada más entrar en casa.
- No - de cenar quería morirse -, gracias.

Y corrió a su habitación porque la tempestad podía estallar en cualquier momento. Y es que aunque siempre pareciera impasible, rehuyera las miradas de Luis mientras la llevaba a casa, acostumbrase a no contestarle,..¿Quién sabía lo que ella tenía dentro?

Pongamos que Luis era artista, pero Carla era la bohemia. Mientras él pintaba, ella le contaba cuentos - con palabras a medida - y se contagiaban el uno del otro.

Una vez, Luis le pidió una historia, una historia propia, sólamente un sueño, y Carla no la supo escribir. Al igual que él no la podría dibujar sobre papel, aunque dibujara con sus dedos corazones sobre su piel.

- Es muy bonito este cuadro, ¿no crees? La chica me recuerda al anuncio de Chanel, ¿puede ser?
- Oh, sí, claro, puede ser - respodía Carla, mordiéndose la lengua mientras daba media vuelta. Lo había vuelto a hacer. ¿Chanel? ¡Si era completamente Sara!
Aunque Carla entraba y salía de su vida, y en realidad no le daba importancia, porque sólo le importaba él y, de una manera u otra, le tenía - cuando podían tenerse.

Con el tiempo, Carla tenía que rebuscar las frases correctas, palabras adecuadas, palabras quedas. Queda raro, suena mal y a veces hace daño, que sea ahora, cuando ya no queda nada - ¡no puede quedar nada! -, que Carla empiece a escribir, mientras él se despide un sinfín de veces.


En cuanto bajó del coche, supo que se había acabado. Para siempre. Cuando quieres a alguien, esas cosas se saben.




Al aire acondicionado de mi vida, que me emborrachaba en verano (y no sólo de alcohol, sino de besos)


domingo, 21 de diciembre de 2008

¿Tanto tiempo ha pasado?


Bueno, por aquí sigue lloviendo, las hojas se resbalan por las aceras y acaban atropelladas por los transeúntes, que sin perder ni ganar nada, chapotean y se mojan con los charcos que nos dejan estos meses. Para la gente normal, que llueva es normal. A mí, llámame hipersensible o idiota, me duele. Puedo asegurarte que llueve sobre mojado, y eso es tan sádico como acuchillar a alguien antes de que la anterior herida haya cicatrizado. Nunca me ha gustado que llueva, nunca me ha gustado que te vayas sabiendo que lo harías.
No me importa el número de veces que te haya dado tiempo a casarte, cuántas noches has pasado con mujeres, ¡ni siquiera con cuantas de ellas te has acostado! Pero dime, ¿con cuántas has sido feliz? Y no me refiero a la felicidad que produce una cama caliente ni un desayuno recién hecho.
Y yo sigo escribiendo cartas de amor - y de tonterías. Y no intentaba volverte a tener, la mayoría de las veces sólo te mentalizaba para que dejaras a las demás, porque si no estabas conmigo no quería que estuvieses con nadie. Porque, tampoco, nadie iba a quitarte las sábanas o exigirte más de la mitad de la cama. Nadie iba a beberse tu café o comerse tus tostadas. Nadie iba a arrugarte la ropa nada más vestirte o dejar marcas de pintalabios en tus camisas blancas. ¿Quién, si no era yo, te iba a atropellar por las escaleras y acabaría haciéndote el amor en el rellano?




(Hasta las bubujas de Freixenet han cambiado, este año ya no son ni burbujas, sino nadadoras profesionales, pero señores, yo sigo siendo la misma estúpida de siempre)

jueves, 18 de diciembre de 2008

¿Un poco de pimentón?



¿Qué necesitas? ¿Luces? ¿Más luces? Y le regala las estrellas. ¿Tiempo? ¿Cuánto tiempo? ¡Pero no quiere un reloj de muñeca! ¿Sed? ¿Tienes sed? ¡Y le ofrecía el mar sin pensar en la sal! ¿Colores? ¿Cuál prefieres? Le bajaba el arco iris para que eligiera.

No me despiertes, otra vez el ya conocido "¡Buenos días, princesa!", porque esto más que un cuento es una tragicomedia, yo no tengo un pelo de princesa y tú sólo eres un loco reincidente.

¿Un poco de pimentón? Sólo para que desaparezca el sabor amargo, ¡por favor! Aliméntate de mis desgracias, antes de que caduquen. Cómete, si gustas, también las nubes de aquí dentro (¡todo su cuerpo!) y acaba con las voces (entonces se señalaba la cabecita). Escribió en un papel que no debía verle nunca más y se lo guardó en el bolsillo con gran resolución.

Así, pasó el tiempo, y cuando éste decidiera dejar de pasar para ella, escaparía en forma de nebulosa verde botella, burdeos, azul cielo, rosada, amarillo limón, negra y salmón, mezclándose entre la gente, intentando vivir de nuevo, apagando luces, derrochando el tiempo, rompiendo vasos de cristal tirándolos contra el suelo.


(Y buscando por las calles - y hasta debajo de las alfombras - esa cara conocida, porque los papeles arrugados y amarillentos ya no sirven para nada)

viernes, 12 de diciembre de 2008

Esto es un circo - y no digo nada más.


Y se dispone a salir triunfal, con el mundo en la palma de su mano derecha y en la izquierda, el corazón de todos y cada uno de los espectadores. Se oye un susurro intrínseco, sonríe forzadamente a su público de esta noche, pero en su interior se sonríe a sí misma, y da el primer paso.
Camina sobre la cuerda, hoy más segura que ayer, pero menos que mañana. Y respira hondo. Un paso en falso ahora significaría un punto y final, pero eso no sucederá. Al menos, pensaba, que sólo había considerado esa opción en otro tiempo, en diferentes circunstancias.
Le tiemblan más las manos que de costumbre, con ello los pies, y la cuerda en sí misma. Pero no va a caer. Avanza lenta y más confundida que durante los tres primeros metros.
Podría haber sido bailarina, domadora o un simple payaso. ¿Por qué no contorsionista?
Es equilibrista, la equilibrista de su circo. Camina al borde de un abismo que perfila, a un lado y al otro, océanos de lágrimas. Por eso, hoy no va a caer.