sábado, 16 de mayo de 2009

Una de tantas.

Después se ha quedado jugando sola entre las sábanas.
Rozaba una pierna con la otra. Se acariciaba el cuello. Se retorcía los mechones ya enredados de pelo.
Era sólo un pequeño consuelo, un regalo de consolación que se hacía a sí misma. Y es que sus ropas, arrugadas y esparcidas por el suelo, sentenciaban que esa noche había ganado la tentación.

La noche anterior se había rendido; esa cama había sido testigo de una de las más grandes batallas que se habían librado en esa habitación.


¿Qué otra cosa podría haber sucedido sino?
La atrapó por la cintura, rozándole la oreja con la nariz. Sintió su respiración en el cuello. Pronto su boca se convirtió en su presa también, y escaló por su tripa, y su pecho, y..

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